martes, 20 de marzo de 2018

VIDA HABRA MUCHISIMA

Un sistema de bajo coste de búsqueda de vida extraterrestre

Un investigador plantea un método para buscar señales de tecnología alienígena entre los datos que recogen los satélites que buscan exoplaneta

Miles de millones de estrellas, quizá la mayoría con sistemas planetarios, iluminan esta reconstrucción de las bóvedas celestes de ambos hemisferios. En vídeo, entrevista a Héctor Socas, investigador del IAC.FOTO: ESO/S. BRUNIER | VÍDEO: IAC / EPV
En un universo con 200.000 millones de galaxias con un número similar de soles en cada una, parece improbable que sea la Tierra el único mundo poblado por seres inteligentes. El cosmos está hecho con átomos que se comportan igual allá donde se encuentren y componen los mismos elementos químicos. Sin embargo, las dificultades para encontrarla son considerables. Las distancias hasta otras galaxias, incluso a algunas de las más cercanas, como Andrómeda, a 200.000 años luz de distancia, las hacen prácticamente inalcanzables. Tenemos que ceñirnos, por lo tanto, a una región cercana de nuestra galaxia.
También es posible que se nos escapen algunos seres inteligentes que aún no hayan desarrollado la tecnología necesaria para captar nuestras señales de radio o enviárnoslas a nosotros, como pasaría si alguien hubiese tratado de comunicarse con los humanos inteligentes que ya habitaban la Tierra hace más de 300.000 años. Además, puede ser que las otras inteligencias no se comuniquen utilizando ondas electromagnéticas o simplemente sean algo tan extraño como el oceánico consciente que cubría el planeta Solaris en la novela de Stanislaw Lem.
Asumiendo la dificultad de la tarea, Héctor Socas, investigador del Instituto Astrofísico de Canarias (IAC), acaba de publicar un artículo en el que propone un método para buscar señales de desarrollo tecnológico en otros sistemas solares. Héctor Socas propone analizar la información recogida por satélites como Kepler, encargado de una búsqueda masiva de planetas extrasolares, en busca de objetos en el cinturón de Clarke. Esta región, bautizada así en homenaje al escritor Arthur C. Clarke, que propuso el uso de la órbita geoestacionaria para telecomunicaciones, es una órbita circular de 35.786 kilómetros sobre el ecuador que ahora ocupan satélites como el Meteosat.

“El trabajo se haría en dos fases, una primera fase de búsqueda y una de confirmación. Primero tienes misiones como Kepler que miran miles de estrellas. Una vez que tienes un candidato interesante, se trataría de dirigir hacia esa estrella telescopios muy potentes como el espacial James Webb [que se lanzará en 2019] o el
 Telescopio de Treinta Metros”, explica el investigador del IAC.En su trabajo, que se publica en The Astrohpysical Journal, muestra distintas simulaciones para determinar cuál sería la huella que dejarían sobre la luz de su estrella al pasar por delante de su planeta. En el texto también se explica cómo se podría distinguir un cinturón de satélites artificiales de anillos naturales como los que rodean Saturno. “Esta búsqueda además sale gratis, porque se trataría de buscar otras cosas en los mismos datos que nos ofrecen los satélites que buscan exoplanetas”, afirma Socas.
Esta nueva generación de telescopios ayudará a resolver un misterio sobre los planetas extrasolares. De los que se han encontrado hasta ahora, solo uno de ellos tiene anillos, un supersaturno con unos anillos monstruosos que podrían ser en realidad la materia prima de una luna en formación. “Esto puede ser porque la búsqueda de exoplanetas está muy centrada en planetas cercanos a su estrella y no más allá de la línea de hielo que, como sucede en el Sistema Solar, es donde se encuentran los planetas con anillos”, apunta Socas. En estos mundos, tampoco se ha encontrado de momento ninguna luna que los orbite.
La dificultad de buscar lo que se quiere encontrar en el momento adecuado se plasma cuando se da la vuelta a la idea de Socas “Si mirasen hacia nosotros desde otro planeta en busca de tecnología creada por vida inteligente, no verían nada”, indica. “Al ritmo actual de ocupación de la órbita geoestacionaria seríamos detectables en el año 2200”, concluye.

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