sábado, 15 de junio de 2013

SE VIENE UNA REVOLUCION EN MEDICINA Y DESDE LA ARGENTINA

Matemática...

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 Por Marcelo Rodríguez
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Si en vez de medir la presión arterial de la manera habitual (con el mango y la perilla) se aplica una serie de electrodos para poder ver las formas de onda que los osciloscopios registran ante el fluir de la sangre, el clásico binomio “14/9” que marcaría el límite entre la salud y la enfermedad –cifras que en realidad son 140 y 90, los valores límite de presión arterial sistólica y diastólica medidos en milímetros de mercurio– debe cederle lugar a parámetros más complejos. Aparecen curvas, mesetas, cadenas accidentadas, ciclos de hiperactividad y reposo, languideces, rispideces y otras formas y figuras que serán diferentes en cada persona y en cada momento. Suena lógico pensar que esas formas no son caprichosas ni azarosas y obedecen a algún tipo de ley. Que encierran un lenguaje ansioso por ser descifrado. Pero hasta ahora los intentos por indagar en él han sido muy escasos. Casi una rareza. Hasta ahora la medicina ha preferido cotejar otros parámetros.
En la Antigüedad, antes incluso de que los médicos de Oriente y de Occidente hubieran tomado caminos tan dispares entre sí, no era una rareza. Los médicos chinos, con sus dedos, su experiencia y su sensibilidad poética como herramientas, intentaron traducir esas herméticas señales dadas por la vida que fluía a un lenguaje con el que pudieran diagnosticar y tratar a los enfermos. Los médicos de la escuela Nei Jing, hace dos mil años, establecieron una suerte de laborioso sistema con 24 características mayores y otras menores para codificar el pulso. Apoyaban tres dedos sobre el brazo de un paciente y describían si lo que palpaban se sentía “hueco”, “flotante”, “resbaladizo”, “tenso”, “intermitente” o de otra forma, y en base a tal escrutinio diagnosticaron, pronosticaron e impartieron tratamiento con un grado de eficacia tal que, al menos, les alcanzó para seguir detentando por siglos su lugar de médicos en la sociedad.
Luego, en el siglo II y a orillas del Mediterráneo, el gran maestro Galeno, ávido de claridad y de conceptos límpidos, dedujo que el pulso no es mucho más que el simple eco de los latidos del corazón, y así la medicina occidental dio por respondida la pregunta, y dejó de preguntarse por aquel murmullo que los médicos chinos decían sentir tan claramente.
La complejidad
En la década de 1920 se puso la mira en la capacidad que tienen los organismos vivos de autorregularse y mantener un medio interno –un “adentro” diferenciado de un “afuera”– y se la llamó “homeostasis”. Los primeros modelos de homeostasis estaban inspirados en artificios de ingeniería y la asemejaban a un servomecanismo de control con la función de corregir “en tiempo real” cualquier posible desequilibrio en la composición química, la humedad, la temperatura o la presión interna del organismo.
Pero la forma en que se las arregla el organismo para controlar la presión de la sangre en las arterias parece estar entre los fenómenos más complejos de la naturaleza. La red arterial se ramifica en millones de vasos que se subdividen hasta su mínima expresión, de modo que cada célula recibe la cantidad exacta de nutrientes que necesita para sus funciones vitales en tiempo y forma. La vida –la vida en tanto vitalidad, no en tanto biografía– parece consistir más bien en millones de desequilibrios simultáneos con diferentes magnitudes y sentidos y operando en diferentes niveles, y se complementa con otros millones de movimientos que reaccionan antes los anteriores y tienden a compensarlos. El resultado visible de ese caos es tal que en el siglo XVII René Descartes se maravilló de la racionalidad de la naturaleza e imaginó la salud como un estado en que el spiritus animalis fluye haciendo sonar bellos acordes diatónicos, pero todo indica que la música del organismo debe parecerse más a un caos desafinado y ensordecedor donde, a pesar de todo, es posible encontrar una rara especie de armonía, sin que se pueda predecir si un cambio en apariencia insignificante pasará inadvertido o, por el contrario, producirá una hecatombe.
Para entender ese caos y poder operar sobre él, la biomedicina lo diseccionó. Eso permitió establecer leyes generales y elaborar modelos eficaces que permitieron, por ejemplo, el tratamiento de la hipertensión arterial y las afecciones cardiovasculares en forma masiva a partir de la segunda mitad del siglo que pasó. Pero esos modelos simples son menos precisos a la hora de vérselas con la particularidad de cada caso: ¿Cómo saber –por ejemplo– por qué una determinada persona tiene dificultades para controlar su presión arterial? ¿Por qué una persona fallece tras un infarto mientas que otra, internada en el mismo lugar, con el mismo diagnóstico, la misma edad y sometida al mismo tratamiento, no, sobrevive y se recupera? ¿Cuán súbita es en realidad la “muerte súbita”? La causa es como una aguja en un pajar.
El surgimiento del paradigma biopsicosocial de la salud –no para suprimir al paradigma biomédico sino supuestamente para complementarlo– les complicó todavía más las cosas a quienes seguían con su modelo bien armado, porque hizo evidente que el contexto social, la subjetividad y la disponibilidad o falta de recursos económicos, físicos y simbólicos, jugaban en la misma cancha que las ciencias más “exactas” con las que los médicos se enfrentaban a la incertidumbre. Para peor, las enfermedades que más gente matan hoy –hipertensión, infartos, cáncer– son las que más se ajustan a estos nuevos modelos de análisis con mayor grado de incertidumbre, donde hallar la causa puntual ya no es tan sencillo como hacerlo ante una enfermedad infecciosa.
Quienes están trabajando en la Argentina en la recuperación de esa complejidad de una serie de fenómenos clínicos no son médicos, sino ingenieros y físicos. Y desde luego usan más que sus dedos para examinar los parámetros vitales del paciente: apelan a la objetividad y la precisión que posibilitan complejos equipos electrónicos de visualización de señales y analizan lo que ven a la luz de la Teoría del Caos –que permite estudiar sistemas muy complejos y susceptibles a cambios– y la matemática de fractales, iniciada por Benoît Mandelbrot en 1975 y basada en el estudio de las propiedades de ciertas formas geométricas –simetrías, espirales, ramificaciones, ejes móviles y otras– que se desarrollan periódicamente en diferentes niveles a la vez, y según las cuales a las fuerzas de la naturaleza parece haberles quedado cómodo organizar la materia en los seres vivos. Ya generaron el interés de la comunidad médica especializada en el último Congreso Argentino de Hipertensión Arterial que se realizó en abril en Rosario, y cuentan con trabajos científicos publicados y algunas ideas claras, pero todavía hay demasiado por delante hasta saber con precisión qué dicen esas imágenes sobre la salud de las personas y, sobre todo, en qué puede contribuir esto a la salud pública.
Lidera este proyecto, llamado Gibio y llevado a cabo en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), el profesor Ricardo Armentano, decano de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Exactas de la Universidad Favaloro. Armentano sostiene que la ciencia formal “descompone los problemas complejos en múltiples problemas más simples para poder analizarlos”, pero que finalmente, en la suma de esas partes para reconstruir la complejidad, algo se termina perdiendo, y eso que se pierde puede ser muy importante: “Nosotros decimos que nuestro abordaje va desde la célula hasta el banco donde está sentado el paciente. A nivel humano, hoy sería imposible poder interpretar tantas variables juntas. Y sin embargo, esto lo permitiría”. Junto con Armentano trabajan el ingeniero Leandro Cymberknop (que realiza su tesis de doctorado sobre medición de señales) y el físico Walter Legnani.
“Hoy se dispone de métodos de diagnóstico de alta tecnología, como ecografías o cámaras gamma, y en base a esto estamos buscando marcadores precoces de muchas enfermedades no transmisibles –explica Armentano–. Lo que ha sorprendido a los médicos es que con estas técnicas y con la Teoría del Caos es posible encontrar marcadores precoces de enfermedad de manera muy sencilla, porque las herramientas miden la complejidad biológica y permiten ver cuándo nos estamos alejando de ella.”
El descubrimiento
Para los seguidores del pensador francés contemporáneo Edgar Morin, el filósofo de la complejidad, aquello que goza de plena salud es por lo general más complejo que lo que está enfermo, lo que pierde vitalidad. Llevándolo al terreno del laboratorio, si en vez de medir el par “presión diastólica/presión sistólica” que tradicionalmente da el valor de la presión arterial se visualiza la forma de onda que deja el flujo sanguíneo al transitar por un punto del torrente arterial, lo que se ve en la pantalla no es igual en una persona enferma y en otra sana.
El ritmo circadiano, la respiración, los ciclos cardíacos le marcan al organismo una periodicidad y lo organizan en el tiempo, pero esa periodicidad no es exactamente una regularidad. En el torrente sanguíneo, sintetiza Cymberkomp, “hay caos, pero no anarquía ni aleatoriedad”. Las aceleraciones del ritmo y las fuerzas que despliega el organismo para contrarrestarlos en tiempo real, sea en la cabeza o en las puntas de los pies, se manifiestan como rispideces en el flujo arterial, como accidentes en la forma de onda, como ruidos, quejas y caprichos de la señal.
La hipótesis central con la que trabajan en el proyecto Gibio es que a medida que las hormonas reguladoras decaen, que los riñones responden menos, que el corazón pierde potencia, que las arterias pierden elasticidad o que el colesterol las tapa, esas formas fractales rugosas, complicadas, que logran repetirse sin que ninguna sea exactamente igual a la anterior, pierden esos minúsculos estados de desorden. Se tornan más estables y regulares, así como se mella y se suaviza la hoja de una sierra al desgastarse. La geometría de la enfermedad es más euclidiana –con sus rectas y sus curvas, propias del mundo de lo ideal– y menos fractal, menos propensa a adquirir las trabajosas formas que desarrolla la materia viva, a dibujar simetrías, arabescos infinitesimales y otros caprichos.
El determinismo
Volviendo desde el laboratorio a la filosofía, el caos es determinista. La salud y la enfermedad son un fenómeno biopsicosocial donde los factores que intervienen –biológicos, sociales, ambientales, psíquicos, sanitarios– son demasiado heterogéneos como para poder hacerlos encajar en una sola ecuación y determinar, por ejemplo, la causa de una enfermedad crónica. Pero el análisis basado en la Teoría del Caos viene a resolver este entuerto de manera determinista: en la pantalla del instrumento de medición se ve algo complejo, y la forma de esa complejidad significa algo. Hace referencia concreta a una causa, a un fenómeno particular que tiene una descripción exacta. “Hay modelos matemáticos para describir el caos, y hay equipos que lo pueden medir –explica Armentano–. No se olvide de que somos ingenieros, y lo que estamos diseñando son herramientas que permitan medir una enfermedad. No es una cuestión de azar: creemos que hay datos que nos van a permitir evaluar de manera precoz la causa de un fenómeno determinado.” El lenguaje aún no está descifrado, ¿se parecerá en algo al que usaban los viejos médicos chinos? Tal vez, pero en este caso estará despojado de toda subjetividadF
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la culpa es de los gilipoyas que votaron al pp

España retrasa la autorización de los nuevos antitumorales

La crisis y los precios de los fármacos postergan hasta 18 meses su entradahttp://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/16/Cancerous_lung.jpg

Las negociaciones entre el ministerio y los laboratorios se alargan

El retraso en la incorporación de nuevos fármacos contra el cáncer en el Sistema Nacional de Salud (SNS) está alargándose por encima del año y, en algún caso, puede llegar a rebasar los 24 meses. La negociación entre el Gobierno y los laboratorios para acordar el precio e indicaciones para los pacientes de la red pública es cada vez más larga por las tensiones presupuestarias y el elevado precio de los fármacos. “Todos buscamos la sostenibilidad y hay que ajustar los precios lo más posible”, admite el director general de Cartera Básica de Servicios del Sistema Nacional de Salud y Farmacia, Agustín Rivero.
Pero el problema no acaba aquí, como no se cansan de denunciar los oncólogos y las asociaciones de pacientes. Salvado este primer escollo, una vez autorizado el medicamento, las reevaluaciones que acometen las comunidades autónomas y las limitaciones que introducen algunos hospitales pueden retrasar aún más el acceso a estos fármacos (o frenar su uso) y romper la equidad en el acceso a tratamientos incluso en una misma comunidad.
Hace dos años, el plazo era de 9 meses pese a que Europa obliga a seis
“Hace dos años el tiempo de espera entre la autorización de la Comisión Europea y el acuerdo de financiación por parte de la sanidad pública rondaba los seis meses y no se solía tardar más de nueve; en estos momentos hay esperas de 12 y hasta 18 meses”, sostiene el presidente de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), Juan Jesús Cruz. Ayer, en el encuentro que celebró el Grupo Español de Investigación en Cáncer de Mama (Geicam) en Madrid, los especialistas insistieron en esta idea, al señalar que, en cinco años, España ha pasado de estar en cabeza en la incorporación de fármacos oncológicos, junto a Austria, a situarse a la cola, junto a Portugal o Grecia. En los últimos tres años, el gasto en sanidad en España ha caído un 10,6%, lo que equivale a 6.700 millones de euros menos en los presupuestos destinados a salud.
La ecuación es muy compleja de resolver en un delicado escenario de intereses cruzados. Los nuevos medicamentos antitumorales son cada vez más caros, aunque, en algunos casos, las ventajas que aportan puedan ser limitadas. Los sistemas sanitarios públicos están sometidos a recortes y fuertes tensiones presupuestarias. La industria presiona para maximizar la inversión realizada en el desarrollo del producto y la Administración para rebajar el precio. Los oncólogos quieren dar a sus pacientes la mejor molécula que hay en el mercado. Y los enfermos reclaman acceder a los compuestos en el menor tiempo posible para parar el avance de la enfermedad o prolongar su expectativa de vida, aunque sea unos meses.
Un ejemplo de esta dilación es el caso de everolimus (Afinitor en su nombre comercial, del laboratorio Novartis) para sus indicaciones en cáncer de pecho en determinadas pacientes (aquellas con sobreexpresión del gen HER2 y sensibles a la terapia hormonal). La Comisión Europea (CE) aprobó su uso en julio de 2012 y aún no se ha incorporado a la lista de fármacos subvencionados por red pública para tratar tumores de mama (ya está para renales).
Sanidad admite que los recortes dificultan los acuerdos con los laboratorios
Bastante más tiempo lleva esperando la eribulina (Halaven, laboratorios Eisai), aceptada en Europa en marzo de 2011 para tumores de mama mestastásico tratados ya con dos terapias previas.
Más de dos años después, sigue a la espera de acuerdo. En situación similar está el vemurafenib (Zelboraf, Roche) autorizado por la CE en febrero 2012 para el melanoma metastásico en pacientes que expresan una mutación específica (la V600E, presente en el 60% de los melanomas) en el gen BRAF. El ipilimumab (Yervoy, BMS), para melanoma avanzado, tuvo que aguardar desde julio de 2011 hasta octubre 2012. El precio en el SNS por tratamiento es de 57.000 euros.
El Ministerio de Sanidad justifica el atasco en que está poniendo en marcha un nuevo procedimiento de autorización, denominado estudio de posicionamiento terapéutico, que hace unas semanas cerró con las comunidades autónomas. Con esta herramienta, Sanidad quiere agilizar la tramitación. Rivero sostiene que la financiación de la eribulina y el everolimus es inminente; y que si el medicamento es realmente innovador, mejora la atención sustancialmente y no cuenta con compuestos similares en el mercado “no tarda más de tres meses en aprobarse”.
En todo caso, como advierte Cruz, la espera no implica un bloqueo hermético en el uso de los fármacos si son necesarios —“se pueden obtener a través de procedimientos extraordinarios, como el uso compasivo”— aunque sí incómodas trabas administrativas.
La Fundación para la Excelencia y la Calidad de la Oncología, en la que se encuentran 27 jefes de servicio de hospitales españoles, advirtió recientemente de que seguir existiendo tardanza en la incorporación de nuevos fármacos y diferencias territoriales en el acceso a un mismo medicamento “lo conseguido hasta ahora en oncología en términos de supervivencia y calidad de vida en España puede sufrir un retroceso importante”. También el Grupo Español de Pacientes con Cáncer (Gepac) ha trasladado sus quejas. “Cuanto más tiempo tarda en incorporarse a la sanidad pública, menos gasta la Administración al no administrar estos fármacos, es una cuestión de ahorro”, plantea la presidenta de la entidad, Begoña Barragán.
El ipilimumab, para melanoma avanzado, cuesta 57.000 euros. Llegó a los 13 meses
Desde los años noventa el tratamiento oncológico está inmerso en un cambio de paradigma. Las nuevas terapias se dirigen a atacar directamente a los mecanismos moleculares específicos (las alteraciones concretas) implicados en el desarrollo del tumor. Este nuevo enfoque es muy caro y suele arrojar resultados parciales (no todos los pacientes comparten los mecanismos celulares alterados).
En todo caso, no hay que despreciar los avances, por pequeños que sean, destacaba la SEOM el pasado día internacional del cáncer: “Con más de 20.000 casos de cáncer de mama en España al año, cada 1% de mejora con un avance en el tratamiento hace que 200 mujeres menos recaigan en su enfermedad”.
La crisis no solo repercute en las autorizaciones por parte de Sanidad. Organismos evaluadores de las comunidades autónomas también revisan las indicaciones aprobadas por el ministerio, a lo que hay que sumar una eventual tercera barrera que pueden establecer guías terapéuticas hospitalarias, en las que se plantean, a su vez, diferentes criterios de uso.
“Podría haber un retroceso en calidad de vida”, según los oncólogos, “y en supervivencia”
“De esta forma es el pagador [autonomías y hospitales] el que establece criterios de selección en la administración de los fármacos, lo que resulta un sistema ineficiente que genera deficiencias de acceso entre comunidades autónomas y hospitales”, apunta Cristina Avendaño, vicepresidenta de la Sociedad Española de Farmacología Clínica. “Lo que tampoco puede ser es que el ministerio ponga el precio e indicaciones pero al final quien pegue sean las autonomías”, destaca Albert Jovell, presidente del Foro Español de Pacientes, que reclama dar mayor voz a las comunidades.
El proceso de posicionamiento terapéutico contempla incorporar la opinión de los especialistas de los comités de evaluación de las comunidades autónomas para fijar criterios de uso comunes de los fármacos una vez aprobados. “Así pretendemos evitar que se reevalúen los medicamentos”, comenta Agustín Rivero. De esta forma se pretenden combatir las inequidades que denuncian oncólogos y pacientes. ¿Se conseguirá? ¿Será la decisión acordada vinculante? “Es complicado”, admite Agustín Rivero “pero intentamos que sea”.

TODO ESTA EN MANOS DE LOS CENSORES YANQUIS,LOS DUEÑOS DE INTERNET

El derecho a compartir en Facebook los estragos del cáncer de mama

Por:
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Hay gente que padece cáncer y le reconforta ver imágenes de supervivientes, y así lo ha defendido Scorchy Barrington, una mujer estadounidense de 53 años que sufre un tumor maligno de mama en Estadio IV. Al poco tiempo de enterarse de que padecía esta enfermedad, Barrington descubrió por primera vez los estragos de este tipo de cáncer.
Los vio en una foto que mostraba las cicatrices de una mastectomía en Facebook. La imagen, que forma parte del Proyecto SCAR (The SCAR Project) -página en la red social que narra las historias de supervivientes de este tipo de tumor-, enseña a una mujer joven sin pelo, apoyada en una ventana. Se pueden ver las marcas por encima de sus pechos reconstruidos y su cara denota tristeza.
Hace unas semanas Barrington, que no se ha sometido a este tipo de intervención, se enteró de que Facebook -red social cada vez popular entre aquellos que padecen cáncer y en la que cuentan sus experiencias y conocen más sobre la enfermedad- había decidido retirar ciertas fotos de El Proyecto SCAR. Las había censurado.
Barrington, autora del blog The Sarcastic Boob, comenzó casi de inmediato una campaña en la plataforma change.org. En forma de carta, y dirigida al fundador de la red social, Mark Zuckerberg, la campaña de esta mujer rezaba que "la eliminación de estas imágenes las ponía al mismo nivel que la pornografía".
"Las cicatrices de una mastectomía no tienen como fin la connotación sexual de la anatomía humana", continuaba el texto. "Las imágenes documentan la carga física y emocional que llevan sobre sus espaldas las mujeres y los hombres que se han sometido a este tipo de intervención".

"Hablan de la conciencia de la enfermedad y refuerzan la necesidad de una intervención temprana y de una investigación que lleve a la curación. Es la realidad del cáncer de mama", explicaba. "Quitando estas fotos, Facebook manda el mensaje de que hay que mantener los estragos del cáncer en la oscuridad".
La petición consiguió más de 20.000 firmas -objetivo marcado por la plataforma- y abrió el debate sobre si era políticamente correcto que las personas que han superado un cáncer muestren sus consecuencias.
Facebook se defendió. "Algunas veces se retiran este tipo de fotos por error, nuestro equipo revisa millones de archivos al día, o porque violan los términos de nuestra política por otras razones como enseñar cuerpos desnudos, una regulación que tiene como fin proteger a nuestros usuarios más jóvenes".
Tras la petición de Barrington, esta semana la red social ha reescrito su política interna, según explicó en un comunicado. "Siempre que las imágenes no violen las normas, mostrar las consecuencias del cáncer tiene un efecto real y positivo en los hombres y mujeres que lo padecen y puede desempañar una labor primordial en la recuperación de esta comunidad, en puntos tan fundamentales que implican: cómo afrontar la enfermedad, cómo enfrentarse al diagnóstico o cómo vivir con sus cicatrices".
Hoy, Barrington es una mujer feliz que ha elogiado la decisión que ha tomado la red social: "Su política sobre las imágenes que muestran las cicatrices de una mastectomía era muy imprecisa. A partir de ahora, estos poderosos testimonios visuales que enseñan cómo es el cáncer y la capacidad de recuperación de sus supervivientes serán bienvenidos en Facebook. Y es cómo debe ser".

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